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Tendencias

Presencialidad con propósito: cuando la oficina de verdad suma valor

Por qué la presencialidad con propósito suma valor: del puesto fijo al ecosistema de usos que integra diseño, operación y tecnología para rendir mejor.

De la oficina tradicional al ecosistema de usos

La oficina tradicional dejó de ser una simple grilla de puestos para convertirse en un ecosistema de usos. En una misma jornada se encadenan momentos de foco profundo, instancias de co-creación, llamadas privadas, interacciones sociales y aprendizajes breves.

Cuando el espacio se diseña desde esa diversidad —y no desde la idea uniforme y repetitiva de las oficinas sin identidad ni variedad— aparece la primera palanca de rendimiento: la presencialidad empieza a tener sentido porque el lugar acompaña lo que la gente realmente hace.

Una tendencia global: la oficina como hub y no solo como lugar al que hay que ir

Lo que estamos viendo en Uruguay forma parte de un cambio mucho más amplio. Distintos informes internacionales muestran que el modelo dominante hoy no es el regreso total a la oficina, sino el trabajo híbrido con espacios diseñados para actividades de alto valor. Según el Flex Report Q2 2025, apenas un 33% de las empresas en Estados Unidos exige asistencia full time al edificio; el resto combina esquemas híbridos o flexibles, con la oficina funcionando como núcleo de colaboración, cultura y aprendizaje.

Según PMC, Europa sigue la misma dirección. Investigaciones recientes sobre workplaces basados en actividades (activity-based working) en organismos públicos de países como Suecia y los Países Bajos muestran que, cuando el diseño acompaña distintos modos de trabajo y se involucra a las personas en el proceso de cambio, crece la satisfacción con la oficina y mejora la percepción de apoyo al desempeño. A esto se suma el caso de España, donde el auge de las oficinas flex y el coworking está directamente ligado a los nuevos modelos híbridos: solo en 2024 se contrataron 17.600 puestos flexibles entre enero y septiembre, un 13% más que el año anterior, con ocupaciones superiores al 80% en ciudades como Madrid, Barcelona, Málaga, Valencia y Sevilla.

En conjunto, estos datos apuntan a lo mismo que vemos en la práctica: la oficina que tiene futuro no es la que intenta replicar la casa, sino la que ofrece algo que la casa no puede dar. Variedad de espacios, servicios integrados, comunidad y una experiencia que justifica el viaje. La presencialidad deja de ser un requisito abstracto y se convierte en una propuesta concreta de valor.

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Entorno activo: la oficina empieza antes del molinete

La experiencia de la oficina no empieza en el escritorio, sino antes del molinete. Una planta baja activa —con cafetería abierta al público, servicios cotidianos, verde y recorridos peatonales claros— conecta el edificio con el barrio y lo convierte en un nodo urbano.

Con pasajes interiores, áreas cubiertas, semicubiertas y patios que ordenan la llegada, habilitan encuentros informales y ofrecen alternativas reales para el mediodía o el cierre. La actividad comercial se integra al flujo peatonal sin invadirlo: suma opciones, ritmo y seguridad. La clave no es ocupar la ciudad, sino dialogar con ella y acompañarla.

En entornos de uso mixto donde conviven gastronomía, bienestar, comercio de cercanía y cultura, la presencia deja de ser una obligación rígida y se transforma en una elección con sentido. Un ejemplo es The Hub on Causeway, en Boston, un desarrollo mixto sobre el antiguo Boston Garden que integra una torre de oficinas de 31 pisos, una torre residencial, un hotel, un gran supermercado urbano y un podio de retail, gastronomía y entretenimiento conectado directamente con la estación North Station y el estadio TD Garden. En uno de los últimos pisos, Flex by BXP ofrece un nivel completo de oficinas flex “plug-and-play”, listas para usar, que las empresas pueden tomar con contratos más cortos y adaptar a diferentes equipos y proyectos.

Atributos del edificio que mueven la aguja

No todos los edificios elevan el desempeño de la misma manera. La envolvente física importa: ventanas grandes y luminosas, fachadas que mitigan el ruido urbano y orientaciones que aprovechan la luz sin castigar el confort térmico. Son decisiones de arquitectura que, bien resueltas, bajan el nivel de fatiga y mejoran la calidad de la jornada sin necesidad de grandes declaraciones.

Sobre esa base se apoya la infraestructura técnica que sostiene la experiencia cotidiana: climatización, conectividad sin cortes y sistemas de ascensores pensados para reducir tiempos muertos.

A todo esto se suma una operación que, cuando funciona bien, casi no se nota: una recepción que resuelve, accesos seguros y simples, señalética clara, limpieza que no interrumpe y mantenimiento que se adelanta a los problemas en lugar de reaccionar a ellos. La capa de bienestar termina de completar el cuadro: lockers, bicicleteros y duchas para quienes llegan en movilidad activa, monitoreo de calidad de aire y espacios exteriores utilizables que permiten cambiar de aire sin abandonar el edificio.

Cuando todo prende y funciona a la primera, el lugar se siente sencillo. Y esa sencillez, que rara vez entra en los renders, es uno de los activos más subestimados de cualquier jornada de trabajo.

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Accesos, movilidad y seguridad sin complicaciones

La forma de entrar y salir del edificio también habla de la calidad del espacio de trabajo. Controles de acceso integrados a credenciales digitales, ascensores y flujos peatonales claros reducen cuellos de botella en las horas pico. La intermodalidad —bicicletas, scooters, transporte público y estacionamientos cercanos— hace que la logística de llegar y volver a casa sea tan simple como el trabajo que se desarrolla adentro.

Una seguridad visible y amable, protocolos claros y señalética intuitiva completan un sistema que cuida sin entorpecer. Cuando la circulación es natural y las normas se entienden a primera vista, las personas pueden reservar su energía para lo que realmente importa: su tarea y sus vínculos.

Diseño que guía 

En este contexto, un buen diseño ya no se mide por cuántos puestos entran en el plano, sino por su legibilidad y por la fluidez con la que permite pasar de un modo de trabajo a otro.

Las áreas de foco priorizan la luz natural y una acústica que resguarde la concentración. Los entornos de colaboración piden superficies de escritura, conectividad estable y tecnología que responda a la primera. Las llamadas requieren privacidad inmediata sin aislar por completo a la persona del resto del equipo, y las zonas sociales funcionan como umbrales donde las ideas se activan sin invadir.

Cuando estas piezas encajan, la energía del equipo deja de perderse en microproblemas —ruido, falta de lugar, problemas técnicos— y se traduce en decisiones más rápidas y ciclos de trabajo más cortos. El espacio deja de ser un obstáculo silencioso para convertirse en un aliado operativo.

Propuesta de valor: espacio, operación y tecnología como una sola cosa

El verdadero diferencial no reside únicamente en el diseño ni en los metros, sino en la gestión integral que orquesta espacio, operación y tecnología como un solo sistema. Para la empresa, eso se traduce en previsibilidad: un único proveedor, acuerdos de servicio integral y tecnología que permiten ajustar la mezcla de espacios con rapidez, ya sea sumando salas o reforzando zonas silenciosas ciertos días.

Este enfoque reduce la dispersión interna. Recursos Humanos y Tecnología dejan de convertirse en integradores de proveedores, y se apoyan en una plataforma de gestión que resuelve la jornada cotidiana y devuelve métricas accionables sobre ocupación real. Con esa evidencia, el espacio deja de verse como un costo fijo inevitable para transformarse en una palanca concreta de desempeño.

Qué gana la empresa cuando el lugar hace su parte

Cuando el lugar está a la altura, los beneficios se vuelven visibles. Se acorta el tiempo entre la decisión y el inicio de la operación, se reducen horas de coordinación y se minimizan las interrupciones técnicas. Los equipos encuentran el tipo de espacio que necesitan cuando lo necesitan, con reglas claras y soporte presente, y eso se refleja en foco, clima y resultados.

Una jornada que fluye impacta en la atracción y en la retención de talento, y alimenta una narrativa de marca empleadora coherente con lo que se vive puertas adentro. Al medir el uso real, además, se paga por lo que se utiliza, se reconfiguran áreas sin dramas y se evitan inversiones que envejecen antes de capturar valor.

Espacios que habilitan, edificios que acompañan, ciudades que potencian

Cuando el espacio se diseña por actividades, el edificio sostiene la experiencia sin hacerse notar y la ciudad amplifica las opciones. Entonces, la oficina deja de ser una dirección en el mapa para convertirse en el sistema operativo del trabajo.

El valor no está tanto en el nombre del edificio, sino en cómo se diseña y se gestiona para que el trabajo funcione mejor: diseño claro, operación consistente y entorno urbano vivo que, en conjunto, habilitan a las personas a rendir mejor y a las organizaciones a decidir con datos. Esa es, en definitiva, la promesa que está dejando atrás a la oficina tradicional y abriendo paso a una presencialidad con propósito: venir cuando el lugar realmente suma valor.

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